Facebook login

El Rambo canadiense de la IIGM

Léo Major, precursor de Rambo en la vida real.

De entre los muchos, muchísimos, héroes que se distinguieron por sus servicios en la Segunda Guerra Mundial, este cabo del cuerpo de francotiradores se lleva la palma. Temerario, extremadamente audaz y con una seguridad en sí mismo poco vista en la historia, sus hazañas le valieron un buen número de condecoraciones, y el agradecimiento de los miles de ciudadanos cuya libertad fue devuelta en solitario por este hombre. Yo le considero un Rambo de la vida real.

Es muy extraño que hasta ahora Hollywood no se haya encargado de hacerle un homenaje en el celuloide, pero puede que la razón sea que nuestro héroe de hoy no fuese estadounidense, sino un simple pero inquieto joven de la vecina Canadá. Y como a este autor le dan igual las nacionalidades de las personas que han dejado su marca por la vida para el beneficio de la humanidad, no puedo dejar de dedicarle unas líneas. Seguro que al final de esta entrada estaréis de acuerdo.

El soldado Léo

Léo Major nació en un suburbio humilde de Montreal, el mismo lugar donde se crió durante los duros años de la depresión. Muy poco sabemos de sus años mozos, más que nada porque él mismo nunca quiso hablar de ella, pues según él, carecía de importancia.

A los 19 años, y recién comenzada la SGM, Léo se alistó en el ejército canadiense, aunque tuvieron que pasar algunos años hasta que viese acción, en el Desembarco de Normandía.

Ese mismo 6 de junio de 1944, Léo llevó a cabo la primera de sus gestas, y no me refiero sólo a salir con vida de las playas infernales en las que miles de soldados murieron en pocas horas, que no es poco, y cualquiera que hay visto Salvar al Soldado Ryan lo sabe tan bien como yo.

No contento con sobrevivir, al cabo Léo se le ocurrió adentrarse en territorio enemigo, que después de todo era explorador, y se encontró con un Sd. Kfz.251, un vehículo blindado alemán utilizado primariamente para transporte de tropas al frente.

Pobres alemanes…

Sus ocho sorprendidos ocupantes apenas tuvieron tiempo de reaccionar antes de que el canadiense les repartiera plomo, aunque el último si logró lanzar una granada de fósforo, que le explotó a Léo en la cara y le dejó ciego de un ojo.

A pesar de que los médicos le dieron un billete de vuelta a casa, Major insistió en quedarse, pues según él, para apuntar con el rifle sólo le hacía falta un ojo.

En todo caso, en el medio-blindado que capturó se encontraron equipos y documentos de comunicaciones alemanes, que resultaron muy valiosos para los criptógrafos aliados en los siguientes días.

Por si no fuera poco, meses después, el vehículo que viajaba piso una mina y voló por los aires con el cabo a bordo, partiéndole la columna, pero Léo, que llevaba ya un parche en el ojo, insistió en que podía seguir con poco más que una aspirina. Al más puro estilo Rambo.

Comienzan sus hazañas

Su primera gran epopeya, en caso de que consideremos las anteriores como simples anécdotas bélicas, tuvo lugar pocos meses después en la batalla de Scheldt, en los Países Bajos. A Major y a su compañero, otro canadiense apodado “el leñador”, se les asignó entrar en la ciudad para averiguar qué había sucedido con una compañía de exploradores envida el día anterior.

Y averiguar lo que se dice averiguar, averiguó. Sus compañeros habían sido capturados, por lo que decidió, sin avisar a sus jefes, rescatarlos antes de que a los nazis se les ocurriera hacer una barbaridad. Uno a uno,

Léo pasó por todos los puestos alemanes capturando a todos los que se encontró (bueno, a casi todos, pues  tres les regaló entradas para el infierno) con la sola ayuda de su fusil, y de paso liberando a sus incautos colegas. Ni John Rambo.

Cuando marchaba de vuelta al campamento con su carga de 93 nazis, un destacamento teutón situado en una aldea cercana comenzó a disparar contra ellos, pues más vale un amigo muerto que uno prisionero, pero Major continuó su marcha sin inmutarse.

El Comandante en Jefe del ejército le otorgó la Distinguished Conduct Medal (DCM), pero la rechazó arguyendo que dicho jefe, el General Montgomery, era un inepto.

Además, ya le darían otra cuando se partió la espalda. A Rambo le perdonaron el exabrupto, con el que coincidían muchos de sus colegas, y le permitieron seguir participando en la guerra. ¿Quién no?

Un Rambo que sigue, y sigue, y sigue…

Y como el conejito de Duracell, la historia sigue y sigue. En abril de 1945, sólo días antes de que finalizara la barbarie en Europa, Rambo Major se ofreció como voluntario para entrar en la ciudad de Zwolle, también en los Países Bajos, aún bajo el control de la resistencia alemana.

Su tarea era simplemente investigar y reconocer el terreno, pero eso le pareció poco al rambolesco cabo y decidió tomarlo sólo con la ayuda de su compañero, por eso de ahorrar bajas.

Desgraciadamente, recién entrados en Zwolle, una bala cegó la vida de El Leñador, pero eso no hizo más que cabrear aún más al valiente soldado.

En una acción que ni el más pintado de los ya pintados “héroes” de Hollywood se atrevería, Major entró en la población cargado de armas y bombas y recorrió sus calles disparando al aire (como Rambo ) y lanzando granadas por doquier, haciendo creer a los temerosos boches que el ejército canadiense al completo estaba arrasando la ciudad.

Die German Die!

Cada vez que se encontró con un grupo de alemanes, los enfrentó en solitario, los capturó y los llevó de vuelta a donde sus jefes le esperaban, volviendo a entrar en la ciudad para repetir el proceso en l menos media docena de ocasiones.

Al final de la noche, por casualidad se encontró con el cuartel de la Gestapo y le prendió fuego, y al poco tiempo se topó con la cúpula de las SS, de los cuales mató a cuatro y otros cuatro escaparon.

Cuando amaneció y, mientras Léo daba una última vuelta de reconocimiento, aparecieron por las calles varios miembros de la resistencia holandesa, a los cuales comunicó que Zwolle estaba libre de nazis. Cogió el cuerpo de su amigo El Leñador, y volvió a su base casi como si hubiese sido un día más en la oficina. Por esta acción recibió una segunda DCM.

Después de la guerra

La guerra terminó con Léo como uno de los tres únicos canadienses que habían recibido la más alta condecoración del ejército, pero aunque cueste trabajo creerlo, su épica no había terminado. Algunos años después, al otro lado del mundo, Léo pudo demostrar en Corea que lo sucedido en Europa no era producto de la casualidad.

En otras de sus arriesgadas misiones, logró tomar una colina en manos de los chinos y repeler con sus 20 hombres los intentos de 14.000 comunistas de reconquistarla, hasta que llegaron los refuerzos tres días después. Por esa acción, recibió una tercera DCM y se convirtió en el único soldado en la historia en recibir dicha medalla en dos guerras diferentes.

 

Vía cienciahistorica.com