Facebook login

El duelo más épico entre dos francotiradores

Nuestro colaborador Manuel P. Villatoro publica hoy un artículo más en la edición digital del ABC, esta vez es una crónica sobre el que sea probablemente el duelo más épico en toda la historia entre dos francotiradores.

En la Segunda Guerra Mundial lograron destacarse desde los determinantes carros de combate alemanes, hasta los militares soviéticos que combatieron valerosamente en la primera línea del frente. Sin embargo, esta contienda también dejó escritos para la posteridad nombres como el de Vasili Záitsev, un soldado que –armado únicamente con un fusil de precisión- logró sembrar el caos entre los nazis a pesar de luchar desde retaguardia.

Su misión: acabar con los oficiales enemigos generando así el desconcierto en el enemigo que trataba de conquistar Stalingrado. Tantos quebraderos de cabeza causaron sus bajas en el oponente, que el propio Hitler envió a un tirador de élite a acabar con su vida, lo que generó uno de los duelos entre francotiradores más épicos jamás recordados.

La estepa rusa vio nacer a Vasili Grigórievich Záitsev, uno de los francotiradores más destacados de la U.R.S.S., el 23 de marzo de 1915. La región en la que vino al mundo fue el pueblo de Yeléninskoye, en los montes Urales, una zona situada al sur este del país cuyo frío extremo curtió a este soviético desde su infancia. Último eslabón de una larga familia de cazadores, no tuvieron que pasar muchos inviernos hasta que nuestro protagonista empezó a ser instruido en el arte del disparo y del camuflaje por su abuelo, Andréi Alexéievich.

Con todo, la edad a la que realizó su primer disparo es una total incógnita, pues no informa de ello en sus memorias. En ellas se limita a señalar que su infancia terminó cuando le pusieron un arco en las manos. «Dispara apuntando con firmeza y mira a los ojos a tu presa, ya no eres un chiquillo», le dijo por entonces su mentor.

Desde ese momento, ya fuera mediante flechas o cartuchos de escopeta, el pequeño «Vasia» empezó a entrenarse en el arte de «hacerse invisible» (como él mismo afirmaba) para acechar y acabar con sus presas. Su pequeña estatura y su escasa envergadura le ayudaban a tal fin y pronto se hizo un verdadero maestro de la caza.

«Pongamos que queremos echarle un vistazo a una cabra, para ello, hay que camuflarse de tal modo que el animal que nos mire como si fuéramos un arbusto o una brizna de heno. Hay que permanecer inmóviles, sin respirar ni pestañear. Si lo que queremos es acercarnos a la madriguera de un conejo, tendremos que reptar en la dirección del viento, para bajo nuestro peso no cruja ni una sola hebra de hierba», explica el propio Záitsev en su obra «Memorias de un francotirador en Stalingrado».

--> Clica aquí para leer el artículo completo.